Descubrir mi autismo a los 38 años fue un alivio y una confirmación. Aceptar que necesito apoyo me permitió soltar la máscara y vivir de manera más auténtica. Integrar mis intereses en mi vida fue clave para sanar. Este blog es parte de ese proceso: un espacio donde puedo ser yo sin justificarme.

A los 38 años obtuve mi diagnóstico de autismo. Y, como suele pasar en estos casos, ya lo sabía. Había investigado, había atado cabos, en fin, había hecho la tarea. Pero la historia empezó antes.

Mi esposa había sido diagnosticada con TDAH, y eso abrió la puerta a muchas conversaciones sobre neurodivergencias. Ahí empezó la pregunta: ¿Y si yo también? Pero enseguida me respondía lo típico: Nah, si yo hablo, trabajo, tengo amigos... Como si ser autista fuera incompatible con eso. Pero siempre fui raro. Mi comunicación social es limitada, tengo hipersensibilidad, me cuesta un montón lo que a otros les parece fácil.

Desde chico, hacer amigos fue difícil. No encajaba, salvo con los más raritos, los que también estaban fuera de lo "normal". Y después estaba ella, mi esposa, que resultó ser neurodivergente también.

Nos conocimos en una fiesta. Yo estaba mal, recién salido de una relación complicada. No quería estar ahí, pero unos amigos me arrastraron. Estaba en el suelo, cabizbajo, cuando ella se acercó y me invitó un Fernet. Y ahí empezó todo. Nos pusimos a hablar de filosofía, sociología, psicología, en medio de la música y el ruido. La conexión fue inmediata.

Nunca nos peleamos, nunca hubo celos ni suposiciones sobre lo que el otro "debería" hacer. Siempre nos dijeron que éramos raros, y sí, capaz lo somos. Pero llevamos muchísimos años juntos, nos casamos, y seguimos igual. Y en aquel entonces, ninguno de los dos sabía que era neurodivergente.

Tiempo después, cuando su diagnóstico de TDAH llegó, cayó la ficha. Y ahí vino la duda: ¿No seré autista yo?. Ya había jugado con la idea mucho tiempo atrás, pero nole había dado bola. Pero esta vez, busqué en inernet un lugar que fuera especializado, y encontré la organización PANAACEA. Allí me hice el test. Y sí, el resultado estaba cantado.

Aceptar que necesito apoyo

El diagnóstico fue un alivio. Por primera vez, la respuesta no era "sos un bobo". Porque siempre hubo una contradicción: soy muy capaz e inteligente en cosas complejas, pero un completo incompetente en tareas que para otros son sencillas. No encajaba.

Por primera vez, una profesional me dijo que necesitaba apoyo. Y fue como quitarse una cruz de encima. Desde chicos, sobre todo si sos varón, te enseñan que tenés que ser fuerte, autosuficiente, que no necesitás ayuda. Te armás una coraza, una máscara para encajar.

Pero la verdad es que sí necesitaba apoyo. Necesitaba acomodaciones.

Al principio, después del diagnóstico, vino la duda. Capaz se equivocaron. Capaz exagero. El famoso síndrome del impostor. Pero de a poco fui soltando la máscara. Y con eso, empezaron a emerger síntomas que antes tenía escondidos. No es que sean nuevos, es que ahora los noto y los voy exteriorizando en vez de acumularlos hasta que algún órgano explota.

Hoy hago terapia, veo a mi psiquiatra y aplico las acomodaciones que necesito. Es un proceso largo. Pero es el camino de aceptar todo lo que soy, de integrar todas las partes que antes ocultaba. Dejar de forzarme a ser algo que no soy y volver a vivir, pero esta vez, a mi manera.

Integrar mis intereses para sanar

Parte de ese proceso es integrar mi trabajo con mis intereses especiales. Antes los relegaba, los tenía guardados en un cajón de mi vida, como si fueran un capricho en vez de una parte esencial de mí. Y me hizo mierda.

La ansiedad se acumuló durante años, hasta el punto de afectarme físicamente. Terminé con problemas de salud, incluso con una operación de columna, todo por el estrés de vivir fragmentado. Separar lo que me apasiona de lo que "debo hacer" fue un error, pues ambos son una misma cosa.

Este blog es parte de esa integración. Es mi espacio, mi forma de unir todo lo que me interesa sin pedir permiso ni justificarme. Porque ahora entiendo que mis intereses no son un simple pasatiempo, sino un elemento regulador de mi aparato sensorial. Y aprender a vivir sin esconderlos es parte del camino.

Hacia dónde vamos desde aquí, no lo se con certeza, pero estamos en eso.

Entre la multitud

Y después, no tanto para mi sorpresa, debo confesar, sucedió.

Al verme a mí en mi condición de autista, mi esposa empezó a verse reflejada en muchas cosas. Tantas, que con el tiempo decidió hacerse el test ella también. Y claro que también estaba en el espectro.

Todo cobró sentido.

Esa noche, en esa fiesta. ¿Cómo no nos íbamos a encontrar entre la multitud?


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CC BY-NC-ND 4.0

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