Por qué habría yo de entregarle el alma al diablo?

No tengo ningún interés de estar a merced del capricho de alguna empresa o, incluso, de algún individual que, a pesar de sus buenas voluntades, eventualmente aplicará su propio juicio, coaccionando a su vez, en efecto dominó, el trabajo ajeno.

Y es que lo hemos sufrido hasta el hartazgo. Frameworks y librerías, prometiendo conveniencia y de fondo atando los grilletes a nuestros tobillos. El día llega, nueva versión, nuevos cambios. Y corremos una vez más a modificar el código base sin haberlo pedido, sin ninguna razón para ello.

Un ciclo sin fin en el que nos vamos transformando en el ínfimo roedor de la jaula, despojados ya de toda voz o voto.

La maquinaria perenne, las torres humeantes y el desaguisado de saco y corbata, de ojeras rotundas y garganta corroída.

No pienso jugar ese juego si hay chances. Yo me planto en mi coartada: No necesitamos tanto.

Y es que, acaso he aprendido a hacer lo que hago para satisfacer la insaciable barriga del progreso? No, bajo ningún punto de vista. He aprendido a hacer lo que hago para solventar mis propias inquietudes y tal vez, de aquellos circundantes.

Necesito, como toda buena historia, un inicio, desarrollo y conclusión, y no la eterna promesa del espejismo; necesito, también, la mesura y la eficacia de las obras con propósito, con un fin alcanzable.

Herramientas obesas que esconden el temor de la ignorancia y la avaricia. Ese no es el camino que me he propuesto.

Sin embargo, la máquina habla, y tiene poder. Se ha alimentado a través de los milenios y dirime nuestro destino productivo. Será pues que, en parte, conviviré con el monstruo como lo he hecho hasta ahora, pero al menos elegiré mis batallas. No me verán aplaudiéndole a lo popular y a lo que "hay que hacer", y más bien caminaré a la vera del camino.

Le llaman "nicho", yo le llamo ápice de dignidad.