Documentó cada metralla y detonación, los enjambres de drones eclipsando el cielo, la marcha rítmica de la infantería mecanizada escoltada por titánicos tanques negros, cuyos blindajes resplandecían bajo el impenetrable fulgor de neón. En ese inevitable avance, con una precisión técnica que solo podía surgir de fríos algoritmos de muerte, el testigo dejó atrás su miedo; y mientras su cámara capturaba el último estertor de la humanidad, finalmente se entregó al asombro de la creación.


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