Es domingo por la tarde, y la sombra predatoria se alza sobre mi cabeza. Tal vez un fin de ciclo, tal vez la puerta a una nueva iteración. Mañana, el cronómetro se reinicia, pero hoy, como todos los domingos, me encuentro en el inquietante espacio liminal.

A medida que transcurren las horas, la sensación de agobio aumenta, aunque sepa que, mañana, la luz del día dará paso a una percepción un poco más laxa del ineludible devenir.

Pero hoy no, hoy, el sentido se combate entre dos mundos yuxtapuestos. ¿Acaso se termina, o comienza?

El mito explica que, durante seis días, la deidad puso en marcha su esfuerzo creativo y, finalmente, dedicó uno más a la contemplación de su obra.

Pero esta alegoría sólo contempla un proceso delimitado, finito e incompatible con el ser trascendental, y, en contraposición, es mi secularidad la que debe ser acompañada por el ciclo interminable.

No hay obra que contemplar, nunca la hubo, nunca ha comenzado ni finalizado. Mañana, irónicamente, soy yo el que debe volver al trabajo.


Tags: CuentoCorto Microficción RelatoBreve, TiempoCíclico Existencialismo Filosofía Reflexión


Invitame un café en cafecito.app