Consejo de un viejo lagarto

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Andaba en sopor helado,
fiao nomás del pellejo,
creyéndome siempre un viejo
ligero y bien despabilado.
"Eso a mí no me ha pasado",
decía con tono altivo,
"soy lagarto y soy furtivo,
nunca caigo en la trampa ajena".
Pero la noche era plena
y el frío venía agresivo.

Nomás por cazar la estrella
de una polilla que huía,
me falló la artimañía
y se me apagó la centella.
Quedé tirado, sin huella,
al ras del suelo, entregáu,
como bicho desahuciáu
frente al más feroz demonio,
que traía por patrimonio
el ser salvaje y malváu.

Pero el destino, por güeno,
no me escribió el epitafio.
Me tenía entre los garfios
calientes como el infierno.
Sin quererlo, me dio fuego,
yo apreté dientes y fe,
y aunque ya no hacía pie
con lo último que tenía
pegué el salto, y todavía
no sé ni cómo zafé.

Por una escama me juí,
temblando como potrillo,
cagado hasta el calzoncillo
pero agradecido, que sí.
Y aunque me duela el desví,
me salvé con el pellejo.
Y aquí me tienen, de viejo,
con la voz media cascada,
contando esta desventada
pa' que aprendan del consejo.


Licencia

CC BY-NC-ND 4.0

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